"Cádaver" Escrito por: Isaac Contreras (Cuento)
- isaac contreras
- 21 ago
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Nadie oyó el disparo.
O, mejor dicho, nadie pudo distinguirlo entre los zumbidos constantes de las pantallas.
Desde hacía meses, un rumor circulaba: alguien había matado la realidad. No un filósofo, ni un político, ni un loco. Nadie sabía su nombre, pero todos sabían que la ciudad ya no era la misma. Los relojes no marcaban la hora exacta dos veces, las sombras ya no coincidían con los cuerpos, y los espejos mostraban rostros ligeramente distintos a los que se miraban en ellos.
Sentado en su oficina el periodista Adrián, decidió seguir el caso. No buscaba la verdad —esa palabra estaba en extinción—, sino la evidencia de que el crimen existía.
Si encontraba el cadáver de lo real, su nombre quedaría escrito para siempre, aunque el mundo mismo se borrara.
Su primera pista fue una mujer en un hotel vacío. No tenía registro, no dejaba huellas, pero todas las cámaras del pasillo la habían captado. En cada grabación, ella vestía distinto, como si fueran fragmentos de un mismo negativo reproducido mal.
Cuando Adrián intentó hablar con ella, la mujer susurró:—No busques al asesino… porque tú también lo eres.
Las luces del hotel parpadearon. Adrián cerró los ojos solo un segundo, y cuando los abrió, el edificio entero estaba abandonado, cubierto de polvo, como si nadie hubiera pasado por ahí en décadas.
Desde entonces, cada pista lo llevaba a una copia.
Entrevistas con testigos que repetían frases idénticas, palabra por palabra.
Documentos oficiales con la misma firma reproducida hasta en las arrugas de la tinta.
Unos ojos vigilando desde todas las pantallas de la ciudad, siempre los mismos, pero en miles de rostros distintos.
Adrián sentado en su escritorio empezó a dudar. ¿Investigaba un crimen… o estaba dentro del crimen mismo?
Aquella noche encontró sobre su escritorio una nota que no recordaba haber escrito:
"No se trata de descubrir al culpable. El culpable es quien cree que hay algo por descubrir."
Los días siguientes fueron insoportables. Al mirar por la ventana de su oficina veía la calle repitiéndose en bucles: la misma pareja discutiendo en la esquina, el mismo perro corriendo tras un auto rojo, la misma mujer con paraguas negro doblando la esquina a las 6:12 en punto.Todas las noches.Todos los días.
Como si la ciudad hubiera dejado de ser una ciudad y se hubiera convertido en una grabación infinita.
Sentado en su escritorio, el periodista se preguntó si él también era una reproducción. Se pellizcó, se cortó la piel, dejó correr la sangre…
La sangre goteaba sobre algunas hojas en el piso, miro con atención periodística, leyó aquella pagina que se llenaba de sangre y salió corriendo.
La última pista que Adrián siguió lo condujo a un archivo olvidado en la hemeroteca municipal. Un expediente sin fecha, sin firma, que relataba su propia investigación con una precisión obscena: cada lugar donde estuvo, cada palabra que pronunció, cada duda y pensamiento que lo atravesó en su oficina. El documento terminaba con una línea que todavía no había ocurrido:
"El periodista levanta la vista y descubre que alguien ya está escribiendo esta historia."
Sintió un escalofrío. Giró la cabeza, y frente a él no había nadie. Solo una lámpara encendida sobre su escritorio. No comprendía lo que ocurre, ¿Cómo llego aquí a su oficina?, giro de nuevo, si se encontraba en su oficina, y aquella pagina en su mano, vio la maquina de escribir, aquella misma hoja de papel puesta. Pero el texto seguía escribiéndose solo, letra por letra.
"Levanta la vista, toca el papel, siente miedo, pero no se aparta.”
Adrián intentó arrancar la hoja de la maquina, en ese instante el papel se multiplicó, cientos, miles de copias de la misma página escupía la maquina de escribir, cubriendo el suelo, las paredes, el cuerpo de Adrián. inundando la oficina.
Adrián logró abrirse paso entre las paginas, alcanzo la perilla, la tomó con fuera y giró abriendo la puerta de su oficina, estupefacto, se miró y ya no estaba solo: miles de versiones suyas lo devolvían al unísono, todas atrapadas en la misma oficina en un momento distinto.
Adrián comprendió, con una calma inexplicable, que el crimen perfecto no consistía en desaparecer la realidad, sino en obligarla a repetirse hasta anular toda diferencia.
En ese momento, dejó de luchar, giro, su oficina estaba impecable, camino hacia su escritorio, se sentó en su silla frente y acerco la máquina de escribir.
Y siguió escribiendo la investigación que lo había traído hasta ahí.
"La perfección se ha cerrado sobre nosotros. No queda error posible. No queda azar. Lo real no ha desaparecido: ha sido copiado hasta volverse inútil. Y yo, al narrarlo, lo reproduzco. Yo soy el castigo del crimen."
Esa misma noche, Adrián dejó de existir.
Al día siguiente, cientos de periodistas en distintas ciudades escribieron el mismo artículo, con las mismas palabras, la misma puntuación, la misma fecha.
Y; Nadie oyó el disparo…
Cuento: “Cádaver”
Escrito por: Isaac Contreras
Laberinko ®
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