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"Esperando" Escrito por: Isaac Contreras

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Esta noche, el recorrido estaba inusualmente tranquilo.


Era jueves. Los pasillos del Recorrido del Miedo: La Casa del Demonio Rojo permanecían vacíos, y el eco de los gritos pregrabados rebotaba entre las paredes falsas con un tono más triste que aterrador.


En el cuarto del altar, tres actores esperaban que el supervisor diera la orden de cerrar antes de la hora. Era común cuando no llegaba público. No había sido un mal día; simplemente, la gente se había concentrado en las primeras horas. La noche estaba en calma.


El lugar simulaba el corazón maldito de una casa donde se había invocado a una deidad inventada: Ráh’Thuun, el Devorador de Sombras.Las paredes estaban pintadas con siluetas negras distorsionadas —figuras humanas gritando—, dibujadas con un material que brillaba cuando las luces rojas giraban.El efecto visual era impresionante: las sombras parecían moverse solas, como si respiraran, gritaran… o se transformaran.


Los tres actores esperaban aburridos.Héctor, tirado en el piso fresco, interpretaba al demonio rojo; aún llevaba puesta la máscara de látex, y los cuernos falsos le picaban el cuero cabelludo.Rosa, la mujer embarazada del ritual, estaba recargada en los escalones del altar, con la falsa barriga de silicón, revisando su celular.Luis, el investigador que debía “descubrir el mal”, estaba sentado junto a la máquina de humo, girando el dial del radio con la antena extendida en el piso.


—¿Está prendido o no? —preguntó Rosa.—Según yo, sí. Pero no han avisado nada… seguro ya no viene nadie —respondió Luis, girando la perilla del radio.


Héctor se rascó la cabeza donde los cuernos se unían al disfraz.—Ojalá cierren antes —murmuró—. Ya quiero quitarme esta máscara.


El aparato emitió un zumbido. Luego, una voz entrecortada, apenas inteligible:“…esp… eren… último recorrido… cuarto del altar…”


—¿Lo ves? —dijo Héctor—. Otro grupo.


Suspiraron, se pusieron de pie y retomaron posiciones.Rosa se acostó en la camilla, fingiendo contracciones demoníacas. Luis se colocó detrás de un mueble, y Héctor, frente al altar, preparado para su gran aparición entre humo y luces rojas.


Esperaron a que se encendiera el sensor de movimiento que activaba las luces del show.Pero no se encendió.Nadie entró.


Pasó un minuto, luego dos… cinco.El humo de la máquina se disipó y el sonido de las bocinas —los gritos pregrabados— se repitió una vez más.


—¿Y si fue un error de radio? —preguntó Rosa.—Ustedes también lo escucharon, ¿no? —dijo Luis—. Avisaron que venía un grupo… pero no reconocí quién habló. ¿No era Víctor?—Yo tampoco supe quién habló, pero sí escuché que venía un grupo —agregó Héctor.—¿Y si ya se acabó y seguimos aquí de tontos? —dijo Rosa, molesta, aunque su voz tembló.


En ese instante, el sensor de movimiento se activó.Las luces rojas parpadearon un segundo… pero no había nadie.


Rosa se sobresaltó, señalando la pared. Los demás rieron nerviosos, hasta que también lo vieron:una de las sombras se estaba moviendo sola.


Sin luz.

Sin proyección.


Se despegó lentamente de la pared, estirándose como una figura líquida que caía al suelo. Tomó forma humana, pero sin rasgos. Era una oscuridad viva, densa, que absorbía el rojo del ambiente.


—¿Quién está haciendo eso? —gritó Héctor, creyendo que era una broma del equipo técnico.


La sombra avanzó hacia ellos.El efecto de las pinturas comenzó a distorsionarse; las figuras en la pared parecían retorcerse al mismo ritmo que aquella cosa avanzaba.


Rosa dio un paso atrás, pero el suelo tronó bajo sus pies.El piso, hecho de tablas viejas como parte del decorado, empezó a hundirse y a tragársela lentamente.Intentó sostenerse de los otros, pero la madera se curvó, clavándose en su cuerpo y rasgando la piel.Sus gritos llenaron el cuarto mientras la estructura la absorbía, fusionándose con su cuerpo.El vientre falso se rasgó, y un líquido espeso —negro y caliente— se filtró por el suelo. En segundos, aquel líquido se tornó rojo. Su sangre y sus gritos inundaban el cuarto.


Héctor retrocedió horrorizado, arrancándose la máscara para convencerse de que no estaba soñando.Quiso gritar, pero una fuerza invisible le abrió la boca con violencia, empujando su quijada hacia abajo lentamente.


Héctor lloraba de dolor. Un sonido seco llenó la habitación. Su mandíbula crujió al romper los huesos de la quijada.El sonido fue tan seco que el eco pareció quedarse suspendido en el aire.

La presión invisible cesó, y Héctor, temblando, llevó la mano a su rostro. Pero el dolor se desplazó hacia su cabeza.Donde antes estaban los cuernos de utilería, su cráneo comenzó a abrirse, empujando huesos afilados desde dentro .La sangre le cubrió la cara.Sin poder gritar, levitó, golpeando contra la pared una y otra vez, hasta quedar colgado del techo, empalado por sus propios cuernos recién nacidos.


Luis, en shock, buscó la salida, pero la puerta estaba fusionada con el marco, como si nunca hubiera existido.El aire olía a óxido y humo quemado. La sombra se alzó detrás de él.

Una oscuridad viscosa se extendió y lo tomó del cuello.Las figuras pintadas en la pared comenzaron a moverse, a gritar, estirando sus brazos.En cada destello de luz se distinguían fragmentos de tentáculos entre las sombras.


Luis gritó mientras lo levantaban y desgarraban sus extremidades, arrancándole brazos y piernas con una fuerza grotesca.Los rezos invertidos del audio seguían sonando, hasta que la máquina de humo se sobrecalentó y botó el break de los efectos del cuarto. Todo quedó en silencio.

Solo el parpadeo rojo de las luces bañaba el altar, las paredes y el charco de sangre que se extendía lentamente.

Treinta minutos después, el supervisor del recorrido llegó furioso al cuarto.Golpeó la puerta, trabada por dentro.

—¡Ya estuvo! ¿Dónde están? ¡Hace media hora que cerramos! ¿Qué esperan para irse al camerino?

Empujó la puerta, que cedió con un chillido largo.El olor metálico lo golpeó al instante.El cuarto estaba cubierto de sangre.El altar destruido, las luces girando todavía, y ninguna señal de los tres actores.

El supervisor tomó el radio.—¿Seguridad del cuarto del altar, me copias? ¿Avisaste que se fueran al camerino?

Una interferencia respondió, seguida de una voz cansada:—Aquí seguridad… pero yo me fui hace rato. El radio se me apagó; pensé que ya todos se habían ido.

El supervisor miró a su alrededor. Nada. Vacío.Un cuarto desordenado. Mañana deberían limpiar los de arte para el recorrido de terror.

Salió del cuarto molesto, buscando a los actores rumbo al camerino, para reprenderlos y saber si ya se habían ido a su casa y dejado en orden su vestuario.Pero no notó que, en el suelo, una mancha oscura se deslizaba detrás de él, siguiendo el camino hacia los camerinos.

Las paredes parecían respirar lentamente.

Las sombras, ahora inmóviles, habían vuelto a su lugar.Solo una cosa había cambiado: entre las figuras pintadas había tres nuevas siluetas, perfectamente delineadas, como si alguien las hubiera estampado recién.


Cuento: “Esperando”

Escrito por: Isaac Contreras

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